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Mapas de Riesgos

Algunas consideraciones sobre los “mapas de riesgo”

Por: Armando Campos S.

Con este breve artículo no se pretende hablar en general acerca de los mapas de riesgo, ni examinar sus detalles técnicos, sino reflexionar sobre ciertos puntos relevantes para propiciar un interés más amplio e interdisciplinariamente compartido sobre el tema. Teniendo en cuenta su profuso empleo actual, que se produce en variados contextos -prevención de desastres, epidemiología y seguridad ciudadana, entre otros - resulta necesario examinar críticamente sus alcances como herramientas en la gestión del riesgo.

En la elaboración y uso de estos mapas predominan hoy enfoques fragmentarios, que no siempre responden a una delimitación de objetivos focalizados. Reflejan más bien la vigencia de ciertas concepciones reduccionistas y ponen en jaque ciertos avances teórico-conceptuales muy valiosos. Aunque esto no necesariamente provenga de una intencionalidad deliberada, esta manera de producirlos ha ayudado a revigorizar una concepción físico-naturalista de los desastres, basada en la vieja idea de que éstos no son más que amenazas que se consuman con la contribución de determinadas condiciones peligrosas y factores de “vulnerabilidad física”. Una manera de comprobarlo es revisar los centenares de informes y artículos que aparecen en Internet sobre el tema. En palabras de Maskrey (1998, p: 35):

“En muchos casos, el análisis de riesgos se limita a producir mapas de la distribución espacial y temporal de las amenazas y sus atributos. Bajo la denominación generalizada de mapas de riesgo se producen mapas de amenazas sísmicas, de deslizamientos, de inundaciones, etc. El análisis de la distribución, frecuencia, topología y magnitud de amenazas, sin embargo, representa una evaluación de amenazas y no de riesgos propiamente dichos, ya que no se toma en cuenta la vulnerabilidad”. (cursivas añadidas).

Tomando como punto de partida el problema expuesto, se discutirán brevemente, a continuación, tres cuestiones básicas:

1. ¿Por qué es importante preservar y consolidar, en la producción de estos mapas, una concepción totalizadora del riesgo?

Para responder a esta pregunta hay que remontarse a algunas cuestiones de fondo. La evidente diversidad conceptual que prevalece en la teoría sobre los riesgos de desastre no equivale a una simple “dispersión terminológica”. Aunque ciertamente inciden en ella ciertos reflujos y modas, y una insuficiente comunicación entre saberes, el problema fundamental radica en la configuración de un denso pluralismo teórico, producido por la convergencia de múltiples disciplinas que tienden a capturar trozos de dicho objeto de conocimiento, no pocas veces con pretensiones hegemónicas, y que por añadidura vienen a la cita con sus propias divergencias epistemológicas “internas”. Por lo mismo, una improbable uniformidad semántica pintaría un consenso aparente y la supresión de diferencias de pensamiento que son inherentes al quehacer científico sería aquí, como en cualquier otro terreno, imposible.

No obstante, para avanzar por un camino de unidad en la diversidad, marcado por el despliegue de vínculos teóricos y prácticos entre disciplinas y a la vez por un debate enriquecedor y constructivo, es necesario que contemos con algunas categorías conceptuales integradoras, que nos permitan trazar ciertas perspectivas en común. "Riesgo" es una de ellas.

En el marco de una terminología movediza, la definición de los riesgos de desastre con base en el par dialéctico amenazas « vulnerabilidad se constituyó en la viga maestra de un “enfoque holístico” y representa uno de los acuerdos más promisorios para la comunicación interdisciplinaria en este campo. Por tal motivo, la recurrente reducción del riesgo a una de sus dimensiones, que aparece frecuentemente en la producción de los “mapas de riesgo”, es un paso atrás, que trae consigo consecuencias negativas para la investigación científica, sobre todo cuando ésta se desarrolla con expectativas interdisciplinarias, y puede desorientar las acciones preventivas socialmente organizadas, al presentarle fragmentos artificiales de la realidad a interpretar y transformar.



2. ¿Es posible representar cartográficamente el riesgo, entendido como un proceso dinámico, total y complejo?

Si no lo fuera, la salida más sensata sería no hablar más de “mapas de riesgo” y denominarlos de un modo concordante con sus limitados alcances: “mapas de amenazas”, “mapas de peligros naturales”, etc. La pregunta es más bien qué se representa mediante los mapas de riesgo y la correspondiente respuesta pasa ineludiblemente por una reflexión sobre la naturaleza del riesgo.

Los riesgos de desastre, forma particular del riesgo total que enfrenta una sociedad concreta, se configuran como una relación dialéctica (que no es lo mismo que suma o multiplicación) entre ciertos procesos cuya materialidad se sitúa en un momento de su propia evolución y mantienen una potencialidad destructiva (amenazas), y un tejido complejo de condiciones de existencia social, históricamente determinadas y con presencia dinámica en una población concreta, que posibilitan, favorecen o potencian los daños y pérdidas que la concreción de las amenazas puede producir (vulnerabilidad). Entre ambas dimensiones se plantea una mediación ambiental, es decir, su vinculación se produce siempre en un contexto ambiental particular.
En lo que respecta a las amenazas, conserva su vigencia una rémora físico-naturalista, según la cual éstas constituyen la dimensión “externa a lo humano” del riesgo

1. Suposición que fomenta una falaz separación entre las disciplinas que se ocupan del tema y disociaciones temáticas muy inconvenientes a la hora de producir mapas de riesgo.

¿Hay intervención humana en el origen de las amenazas, específicamente en el caso de las llamadas “naturales”?Bueno, depende de como sean éstas definidas. Si entendemos, por ejemplo, que los sismos y los huracanes “son” amenazas, directamente y por sí mismos, entonces la respuesta tendría que ser negativa. Si, por el contrario, entendemos que un fenómeno natural posible se convierte en amenaza cuando se relaciona con una población humana y se concatena con otros procesos ambientales que allí ocurren, entonces ninguna amenaza (mucho menos las llamadas socionaturales y antrópicas) estaría completamente al margen de la presencia y obra humana. Por ejemplo, la falta o escasez extrema de lluvia podrá provocar una situación de sequía bajo ciertas condiciones básicas, como la erosión y la ausencia de reservas o suplementos expeditos de agua. Pero aún son necesarias otras condiciones socioeconómicas, ecológicas y políticas para que esta situación llegue a poner en peligro la salud de la población afectada. (Perrin, 1996)

Esta ruptura con la inmediatez del peligro natural se encuentra implícita en las perspectivas más actuales aplicadas a la elaboración de mapas sobre amenazas específicas, y parece conveniente desarrollarla más sólidamente. Por ejemplo, Felpeto (1999, p: 85) argumenta que un .mapa de riesgo volcánico es una cartografía de las zonas afectadas por la actividad volcánica en función del valor esperado de pérdidas, para un determinado período de exposición”, puntualizando en seguida que el mapa de riesgo sensu estricto se encontraría entre el “mapa de peligrosidad” (basado en estudios vulcanológicos) y el “mapa administrativo”, que “se realiza revisando y evaluando el mapa volcanológico desde el punto de vista de la gestión de desastres”. Como lo podemos entender, esta argumentación incluye un punto de vista sencillo y a la vez muy promisorio: la información estrictamente vulcanológica (y por ende la relacionada con cualquier .peligro natural.), no resulta suficiente para dar cuenta de un proceso real en que intervienen múltiples prácticas sociales y condiciones de vida.

Pero el punto no se acaba aquí. Las amenazas no se reducen a su materialidad física. Forman parte de la producción social de la realidad y por lo mismo tienen siempre una dimensión subjetiva. Se convierten en problemas cuando son reconocidas como tales por sujetos colectivos concretos. Para relacionarlas con sus efectos posibles, es fundamental conocer las representaciones y atribuciones que la gente amenazada elabora sobre su naturaleza, localización espaciotemporal, interrelaciones, cambios. Las tendencias psicosociales prevalecientes en una población dada sobre estos aspectos, e incluso sus contradicciones más importantes, pueden ser representadas mediante mapas perceptuales o subjetivos de riesgo, cuya contrastación con los mapas de amenaza “objetivos”, elaborados por especialistas, siempre será muy valiosa en el trabajo preventivo.

En lo que concierne a la vulnerabilidad, sucede algo parecido. Tal como ya se ha hecho en América Latina,

2 es posible construir modelos conceptuales de vulnerabilidad con base en ciertos factores corrientemente identificados (económicos, sociales e institucionales, políticos, educativos y culturales) y derivar de ellos sistemas de indicadores para producir datos espacialmente representables. Vista así, la elaboración de mapas de vulnerabilidad no se presenta como una tarea difícil desde el punto de vista conceptual y técnico. Sin embargo, se presentan varias trampas que pueden permanecer semiocultas.

Si se utilizan sin mayor rigor crítico, los factores e indicadores incluídos en este tipo de análisis (necesidades básicas insatisfechas, carencia de servicios básicos, desnutrición crónica infantil, analfabetismo, etc.) conducirán más bien a diagnósticos de pobreza y a hacerla equivalente o sinónimo de vulnerabilidad. Es cierto que la pobreza, el “gran desastre” de la Humanidad, es el principal caldo de cultivo de la vulnerabilidad, y que no se le puede “decir no” a ésta sin luchar contra aquella, pero se trata de procesos cualitativamente diferentes. Sin que esto implique “idealizar” la pobreza, un sujeto colectivo puede tener la oportunidad de organizarse y actuar solidariamente en su propia protección aún en condiciones severas de exclusión y de privación. En consecuencia, un mapa que presente indicadores como los mencionados, servirá como un importante insumo para el análisis de la vulnerabilidad, pero no la mostrará directamente

El análisis factorial de la vulnerabilidad tiene sus límites, porque se trata de un proceso total que no se explica mediante la agregación de factores. Se desprende de esto que los mapas respectivos suministrarán información útil para trabajar en la explicación de la vulnerabilidad, pero esto requerirá siempre una mediación teórica interdisciplinaria.

Si la investigación de vulnerabilidad no pasa por un proceso metodológico auténticamente participativo, se estará determinando la vulnerabilidad del sujeto colectivo según la perspectiva de un investigador externo y no desde la conciencia de riesgo del propio sujeto, aspecto clave de su vulnerabilidad.


3. ¿Cuáles serían entonces los aspectos comunes y diferenciales a considerar en la producción de “mapas de riesgo”?

Con base en lo sumariamente expuesto, es posible reconocer en los mapas de riesgo ciertos propósitos comunes a todos ellos, ligados a la localización espaciotemporal y transformaciones de determinados aspectos del riesgo, y al menos tres componentes específicos que los singularizan: objeto cognoscitivo o temático, encuadre metodológico y objetivos internos.
3 Podemos resumir estos componentes en el cuadro siguiente.




Cierta clase de información, muy comúnmente incluída en los “mapas de riesgo”, puede ser integrada, con los matices pertinentes, en cualquiera de los objetos temáticos mencionados y servirá para establecer relaciones entreellos . Especialmente la relativa a la localización espacial de: a) condiciones peligrosas (por ejemplo, sistemas de drenaje malogrados, puentes en mal estado, concentraciones de sustancias explosivas o tóxicas, etc.) b) bienes inmuebles y lugares propensos a mayor afectación c) datos necesarios para las acciones de emergencia y rehabilitación: sistemas de alerta temprana, centros de atención y albergue, vías de evacuación, servicios básicos, etc.

Será necesario agregar, a estas características, los objetivos externos o “de aplicación” previstos para estos mapas (investigación académica y participativa, educación, orientación y evaluación de acciones preventivas específicas, etc.) y los correspondientes usuarios o destinatarios. Es imprescindible considerar este último aspecto para definir sus cualidades comunicacionales (nivel de abstracción, simbología, etc.).

A manera de conclusión:

i) Un mapa elaborado sobre una dimensión particular del riesgo no será un “mapa de riesgo” (aunque por economía de palabras se mantenga esta denominación) sino un mapa específico para el análisis del riesgo. Por lo tanto, la aproximación a una representación integral del riesgo presupone el uso de mapas variados y complementarios.

ii) Dada la diversidad de aspectos que configuran los riesgos de desastre, la elaboración de mapas “únicos”, capaces de reflejar en su totalidad las condiciones de riesgo de una población, exigiría un nivel de síntesis improbable y quizás innecesario. Parece más razonable pensar en mapas diferenciados, que representen dimensiones específicas dentro del análisis del riesgo, a condición, claro está, que puedan ser interrelacionados interpretativamente, ya que de lo contrario se incurriría en parcelaciones inconvenientes del objeto de conocimiento o, como sucede a menudo, se confundirá el todo con la parte. Para evitar que estas dimensiones se conviertan en fragmentos desconectados, su delimitación y relaciones requerirán un sustento teórico-metodológico interdisciplinario.

iii) Como cualquier instrumento que presente datos, los mapas de riesgo “no hablan por sí sólos”, no sustituyen los recursos cognoscitivos necesarios para comprender su propia fundamentación y significado. Esta aseveración, que raya con lo obvio en el quehacer científico, es también aplicable a cualquier ámbito en que estos mapas se empleen, y por lo tanto es necesario concebir su producción participativa y uso como parte de una acción educativa integral. Asimismo, es esencial tener presente que aquello que se representa cartográficamente como riesgo se revierte en la comprensión del usuario como una definición del riesgo, lo que compromete a una especial vigilancia crítica a quienes elaboran estos mapas o difunden instrucciones acerca de cómo hacerlos.

IV) Los riesgos de desastres, y por lo mismo las dimensiones que los configuran, constituyen procesos en transformación. Por lo mismo, los mapas correspondientes tendrán que construirse, modificarse y utilizarse como representaciones necesariamente dinámicas y cambiantes. Esto ocurre como algo muy propio cuando los mapas se utilizan para evaluar acciones transformadoras destinadas a incidir sobre el riesgo (rehabilitación, reconstrucción, etc.), pero puede perderse de vista en otros ámbitos.


Referencias citadas:
En tanto que la vulnerabilidad (salvo cuando se emplea el término para referirse a cosas tales como puentes o superficies de construcción) sería una dimensión específicamente social.
Véase, por ejemplo, en el libro .Navegando entre brumas. (referencias al final), el trabajo de Alicia Minaya titulado: “Análisis de riesgos de desastres mediante la aplicación de Sistemas de Información Geográfica (SIG)”.
Los objetivos .internos. se refieren a los resultados propios de un trabajo científico dado. Los externos. tienen que ver con los efectos esperados, entre ellos la utilización del producto aportado por determinados usuarios. Estos últimos desde luego inciden en el planeamiento y desarrollo del trabajo, pero su logro depende de múltiples factores externos a su ejecución.
Entre muchas definiciones disponibles, tomamos la propuesta por Díez (1999, p: 49): “un SIG es un conjunto de herramientas para la adquisición, almacenamiento, análisis y edición de información espacial, que se estructura internamente como un sistema gestor de bases de datos georeferenciados”. Por tratarse de un tema respaldado por complejos avances técnicos y sobre el cual existe mucha literatura científica, no haremos mayores comentarios al respecto.
Referencias:
Díez, Andrés: Utilización de los SIGs en el análisis del riesgo de inundación en el Alto Alberche (Cuenca del Tajo) (1999). En: "Los Sistemas de Información Geográfica en los Riesgos Naturales y en el Medio Ambiente".Luis Laín H. Editor. Instituto Tecnológico GeoMinero de España. Ministerio del Medio Ambiente. Madrid, España.
Felpeto, Alicia: Modelos de simulación numérica en el estudio del riesgo volcánico. Aplicación a la isla de Tenerife. En: .Los Sistemas de Información Geográfica en los Riesgos Naturales y en el Medio Ambiente.. Op. cit.
Maskrey, A (editor): Navegando entre brumas (1998). Edición Intermediate Technology Development Group. (ITDG) y Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina (LA RED), especialmente Capítulo 2.
Perrin, Pierre: Disaster and Development. En War and Public Health (1996). Comité Internacional de la Cruz Roja. Ginebra, Suiza.

Fuente: http://www.crid.or.cr/esp_mk_articulo_mapas_riesgo.shtml (28 de Mayo 2011)

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